Y siento que un huracán recorre mis entrañas, las envuelve, reina el caos y luego se va, obligándome a recomponer cada pedacito de mí. Luego, yo ya no soy yo. Cada parte, fraccionada en mil trozos, es una sombra de lo que antes fue y, por más que intento ordenar y reconstruir, sólo logro una variante de mí, un ser nuevo que intenta sobrevivir a emociones que se escapan de mi control.
Vuelvo a nacer, convirtiéndome en alguien diferente. No soy peor ni mejor. Sólo diferente… ¿Diferente? Me analizo y llego a la conclusión de que no podemos ser lo que no somos. Dependiendo de aquello a lo que nos enfrentamos, enfatizamos o mantenemos latentes partes de nosotros mismos que no creemos que existan. Me siento como un juguete en manos del universo y sus caprichos, manipulada sin piedad para lograr el disfrute y regocijo de un ente que se escapa a mi comprensión.
Miro su piel. Ansío acariciarla y sentirla cerca… Cojo su pequeña mano y no puedo evitar besarla. Lo alzo, de nuevo, en mis brazos sintiéndolo tranquilo, junto a mi pecho, junto a mí.
De nuevo, una imagen acapara mi mente, una sensación de descontrol me inunda y las lágrimas recorren mis mejillas… El recuerdo de su piel cenicienta y mirada inexpresiva me ayudan a entender mi nueva situación. Mis brazos vacíos. El silencio, ahora, constante. Y, sin embargo, le sigo sintiendo aquí… Disfruto alimentando mi propio delirio, fundiendo mi razón en una creencia muerta.
Luego, vuelvo a recomponer mis pedazos, como otras veces hice; vuelvo a configurar un nuevo yo.
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