GRITOS DE PLENILUNIO. Capítulo 4

art-john william waterhouse-circeEl sol veraniego se colocaba en ese lugar perfecto en el que, estés donde estés, lo puedes vislumbrar y sentir constantemente. Sin embargo, aunque empezase a despuntar el mediodía, en Aésidhe no apretaba el calor. La vegetación del bosque, el lago y la inmensa sombra del abeto que lo cobija lograban una temperatura agradable, incluso un poco fresca durante las noches. En Tonscnaimh, la luz se volvió cautivadora, resaltando el color de las flores y dando más vida, si cabe, a aquel lugar.

– Cuando supe lo que Abred hizo a… -dos lágrimas recorrieron las mejillas de Maeve como único gesto del dolor que sentía, sin cambiar un ápice su expresión-. Parte de mis poderes murieron con Eolande, no logrando recuperarlos jamás. Fui a pedir ayuda al Consejo Sumo y decidieron convocar al mago Abred. Cuando estuve ante él, el hechizo que había lanzado contra ella lo había consumido, dejando sólo un aura oscura que provocaba un estado de malestar al resto de criaturas que se encontraban ante él.

– Mago Abred -apeló Konger. Sentado como regente en un enorme asiento de cristal negro labrado por las habilidosas manos de los elfos, tenía a cada lado a dos integrantes del Consejo en sillas del mismo material, en un color blanco inmaculado-. Se le ha convocado aquí…

– ¡Sé para qué se me ha convocado aquí! -interrumpió vociferando Abred y subrayando cada palabra.

– Si es así, explique los hechos para poder llegar a una conclusión unánime sobre lo acontecido con el hada Eolande -la pequeña elfa habló inclinándose en su asiento, entornando los ojos que vigilaban al mago para no perder detalle de cada palabra y movimiento.

– No tengo nada que decir salvo lo que ya conocéis.

– ¿No quieres defenderte? ¿Darnos una explicación de lo que hiciste? -la hermosa Faylinn, reina de las hadas del oeste habló con dulzura, casi con compasión hacia aquel ser consumido por su propio odio. Junto a ella, sentada en una pequeña silla colocada para la ocasión, otra hada lo miraba sin pestañear.

– ¿En mi defensa? No -respondió pausadamente con una sonrisa en los labios-. La Banshee jamás volverá a ser Eolande, si es lo queréis saber, y las hadas, poco a poco, año tras año, una a una desaparecerán de este mundo devoradas por su propia especie… bueno, lo poco que queda en ella.

Un murmullo constante resonó en la sala, obligando a Konger a golpear su vara contra el suelo para callar a la multitud.

– ¿Por qué ese odio? ¿Por qué querer acabar con las hadas? -preguntó el regente.

– Una vez pedí ayuda a las hadas, ¿recordáis, Faylinn? -y el mago clavó sus ojos en ella.

– Lo que pedías era imposible. Sabes que hicimos todo lo que estaba en nuestra mano.

– ¿¡Todo!? ¡Le dejasteis morir!

– Ni la esfera Lasair junto con todo nuestro poder pudo hacer nada -dijo Elga. Y la mirada de Abred provocó a la elfa una sensación incómoda, obligándola a acomodarse.

– Lasair no pudo hacer nada porque ya nada podía hacerse. Las hadas salvan a plantas, animales… usan su magia para dar vida a cualquier criatura del bosque que habiten si lo necesitan. Pero mi primogénito… ¿¡No era su vida lo suficientemente importante para vosotras!?

– Nuestra magia está limitada, lo sabes. No podemos dar vida cuando la muerte dicta que ese es su destino.

– Bien -asintió en un murmullo el hechicero-, ¡pues ahora la muerte dicta el destino de las hadas! ¡Desapareceréis de los bosques donde ya no se escucharán vuestras alas ni se verá vuestra luz! ¡MORIRÉIS ENGULLIDAS POR LA BANSHEE!

– Creo que ya hemos escuchado bastante. ¿Estáis de acuerdo?

Konger miró al resto de los integrantes del Consejo buscando su aprobación. Elvine, el duende, y Faylinn asintieron. Elga y el silfo Ordaf tardaron unos segundo más en aprobar la decisión del regente.

– De acuerdo, entonces. Abred -el gran mago se puso de pie al nombrarlo-, este Consejo considera que el acto que has llevado a cabo es propio de un ser inmundo. Ni el dolor, ni la tristeza por la pérdida de tu hijo puede eximirte de lo que has hecho. Por lo tanto, aquí y ahora serás ejecutado.

– Maeve, el dolor de tu pérdida no tiene consuelo -dijo Faylinn con ternura a la vez que le indicaba que se incorporase-. Sin embargo, los Cinco creemos justo que inicies la ejecución, si con ello podemos contribuir en algo a darte un poco de aliento. Adelante.

El hada dio dos pasos hacia Abred, dejando a los Cinco, de pie, tras ella. El mago la miraba con una expresión de asco y odio, decorada con una sonrisa burlona, pero sin inmutarse, como si tuviese los brazos pegados al cuerpo y los pies clavados a la losa. Maeve alzó los brazos sobre su cabeza y, en un instante, entre sus manos apareció una especie de recipiente del que salía agua sin cesar, hasta mojar los pies del sentenciado.

– Ya no sonríes -las palabras se incrustaban solas en la cabeza de Abred, sin necesidad de que Maeve abriese la boca-. Acaso… ¿tienes miedo?

El agua comenzó a empapar al mago de abajo arriba, como si la gravedad se hubiese dado la vuelta. Corría por toda la estancia sin parar de gritar, mientras su piel, trozo a trozo, se desgarraba de su carne con el contacto de aquel líquido, dejando jirones por todas partes. Músculos, huesos, vísceras latiendo… todo estaba a la vista de quien pudiera observar aquel espectáculo grotesco. A los poco minutos, los gritos ya no se escuchaban. El dolor lo demostraba con una mandíbula desencajada y unos ojos sin párpados, a punto de salirse de sus cuencas. Acto siguiente, los Cinco se colocaron al lado de Maeve y acabaron con el sufrimiento de Abred: introdujeron una mano dentro del cuenco que seguía sujetando el hada entre las suyas y el agua se tornó fuego, dejando en el suelo, tan sólo, las cenizas de aquel desdichado.


4 respuesta a «GRITOS DE PLENILUNIO. Capítulo 4»

  • Lux

    Por una serie de circunstancias, hacía varias semanas que no entraba en este blog, y he de decir que me alegro, porque de lo contrario me habría desesperado esperando a que fuera jueves de nuevo después de leer plenilunio 2, o el capítulo 3, ansiosa por saber qué era lo que iba a ocurrir. Ha sido un verdadero placer leer los tres últimos capítulos de una vez. El 3º se me hizo cortísimo, menos mal que ya habías publicado el 4º, berquendel! Genial, la historia está cada vez más interesante…

    • Berquendel

      La verdad es que se te ha echado de menos por aquí, pero es genial que hayas podido leer de un tirón los tres capítulos y, sobre todo, que te hayan gustado. Espero verte por aquí el próximo jueves y gracias por tus comentarios, me animan a seguir, sintiendo que voy por el buen camino 😉

  • Lux

    Sin duda, seguiré siendo una asidua a tu blog. Me encantan tus historias .
    🙂

    • Berquendel

      Sin duda, eres mi seguidora más activa y es un placer 😉 El próximo jueves, sin falta, publicaré el quinto capítulo de Gritos de Plenilunio y me encantará recibir uno de tus comentarios 🙂

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