GRITOS DE PLENILUNIO. Capítulo 7

John_William_Waterhouse_-_Magic_Circle– Pongámonos en marcha.

– ¡Espera! -gritó Maeve agarrando a Shea de un brazo en pleno inicio del vuelo-. Es mejor que vayamos caminando.

 – ¿Por qué? ¡Tardaremos una jornada completa!

– Cuanto más nos alejemos de Aésidhe, más vulnerables seremos. Nuestra luz y tintineo nos delataría en la penumbra y silencio de la mañana. Seamos prudentes. El paseo es largo -sus últimas palabras las dijo emprendiendo el camino, sin esperar opinión de sus compañeras de viaje.

– Paseo… -susurró Shea, malhumorada.

A regañadientes, la siguió y Tianna se colocó a su lado sonriéndole, intentando apaciguar a su emotiva hermana.

A medida que pasaban las horas, la luz del sol inundó el bosque, destacando el brillo de las hojas de los abedules, abetos, robles…; jugando con el rocío, disfrazándolo de colores; y llenando de vida todo lo que sus rayos tocaban. El silencio dejó paso a un mar de sonidos que mostraban a cualquier viandante la vida que bullía entre los rincones de El Bosque Iluminado.

Y entre la armonía, un gran estruendo provocó la carrera frenética y caótica de zorros, ciervos y conejos, a la vez que medio centenar de aves volaban en grupo para protegerse de aquel estallido repentino.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Tianna parándose en seco.

– Creo que ha sido junto a las cuevas. Venid -ordenó Maeve.

– Es mejor que sigamos nuestro camino -replicó Shea, molesta al sentirse dirigida de nuevo-. Si nos alejamos, nos retrasaremos.

– Es nuestro deber proteger el bosque -y, nuevamente, sin esperar opinión, Maeve se dirigió hacia el ruido ensordecedor, siendo seguida, sin remedio, por las dos hadas.

Detrás de varios robles centenarios, se abría un claro en el bosque y, en el centro, una mujer arrojaba hierbas en un caldero hirviendo provocando, al tocar el contenido burbujeante, una enorme explosión maloliente que descargaba toda su furia en forma de nube gris. Al verla, Maeve sonrió y se acercó, asombrando a Tianna y Shea por tal temeridad.

– ¿Buscando el elixir de la juventud, Cliodna? -voló hasta colocarse a la altura de los ojos de la mujer.

– Pero… ¿qué ven mis ojos? ¡Querida Maeve! ¡No esperaba encontrarte tan lejos de Aésidhe! -colocó su mano para que el pequeño hada se sentara en su palma, cómodamente.

– Vaya caos has provocado entre los animales con tanto ruido. Sin embargo, algo me decía que serías tú. El olor de tus pócimas es inconfundible -rieron al unísono-. ¿Se puede saber en qué trabajas? ¡Tianna, Shea, acercaos!

Muy despacio, las hadas se aproximaron al caldero, tapándose la nariz para no olfatear tremenda pestilencia. Volaron hasta la palma de Cliodna y ésta las saludó con una inclinación de cabeza, respondiendo ellas con el mismo saludo.

– La semana anterior encontré varias aves moribundas, sin causa aparente. Me dirigí a los túmulos para pedir consejo al silfo y me dijo que… Aquél -nombró en voz baja- ha vuelto al pueblo. Intento comunicarme con Los Perdidos para buscar respuestas, pero no lo consigo. Creo que me hago vieja y voy perdiendo facultades.

– ¿Estás segura de la respuesta del silfo? A veces comunica su sabiduría con acertijos y es difícil averiguar su mensaje.

– No hubo acertijo. Aquél, señor de pesadumbre y tristeza, está entre los suyos, me dijo.

– No hay duda, entonces. Nosotros nos dirigimos a los túmulos, también en busca de su consejo. Profundizaré en este tema y te traeré su respuesta.

– Muchas gracias. Entre hadas habrá mayor entendimiento -sonrió mientras acercaba su mano al suelo para que bajasen-. Cuidado en el camino. El verano es peligroso para vosotras.

– Nos cuidaremos.

Volvieron sobre sus pasos hasta salir del claro, escuchando, una y otra vez, estallidos constantes provenientes del enorme caldero.

– No he entendido nada de lo que habéis hablado. ¿Quién es Aquél? ¿Y Los Perdidos? ¿Qué ha querido decir el silfo?

– Shea, todo a su tiempo.


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